Hunt: Showdown 1896 - The Penitent

Este DLC contiene un cazador, dos armas y un consumible: - El Penitente (cazador) - Delirio (Rival 78) - Azote (arma de agente Camorrista) - Falso Sacramento (inyección de regeneración) Como un perro cuando saborea por primera vez la carne fresca, Damien Yedaiah se obsesionó con el dolor cuando la dulce caricia de su látigo le concedió por fin la salvación y el perdón que llevaba años buscando. En su cálido abrazo, el dolor ayudó a Damien a luchar contra sus remordimientos y a hacer añicos sus recuerdos: una bendición del Señor. A medida que pasaban los años, crecían sus cicatrices, testigos de su devoción absoluta. Tenía el cuerpo repleto de heridas supurantes como cordilleras que enterraban sus nervios bajo capas gruesas de costra, hasta tal punto que, un día, su cuerpo quedó insensibilizado y el dolor, su guía y salvación, lo abandonó. Cada sacudida de dolor había estado marcada por el sudor, la sangre y sus quejidos inarmónicos que mantenían sus demonios a raya. Esa noche, sin embargo, los estallidos del látigo no servían de nada. La luz de una vela, tan débil que apenas iluminaba su propia cera, centelleó una vez y luego otra mientras el látigo subía y bajaba, rasgando carne y piel. No hubo dolor, tan solo decepción. Las sombras danzaron con la luz centelleante como celebrando su llegada y los demonios saludaron a Damien, burlándose y gritando más fuerte que nunca. Un gemido angustioso resonó por todo el santuario, una cripta enclaustrada bajo la iglesia St. Francis Seraph. Damien se estremeció, atormentado, cuando sus demonios resurgieron. Poseído por la necesidad de una escapatoria ligada al dolor, hizo lo que tenía que hacer para silenciarlos: envolvió con alambre de espino las partes de su cuerpo que el látigo no había tocado. Pero no era suficiente. Desesperado, se desolló su propia cara y la ocultó tras un saco de tela bañado en sal, pero el éxtasis no duró apenas. La luz de la vela se ahogó y, con ella, la esperanza. Damien quedó de pie en la oscuridad, rodeado por su pasado. Los recuerdos destellaban ante sus ojos: su mujer, con la cara desgarrada, el pecho abierto de un tajo y las manos atadas con sus propios intestinos, lo miraba como pidiendo clemencia, una que jamás llegaría. Tras ella, su hijo con las extremidades amputadas, cada una de ellas clavada en una gran cruz y cosidas para formar una escultura de carne, y Damien sujetando la escopeta a la que más tarde llamó Delirio para recordar sus pecados. Y a través de ese frenesí de imágenes, oyó una voz que hablaba de paz, una promesa demasiado tentadora como para resistirse. Con el Azote en sus manos y la sangre aún goteando, dio sus primeros pasos para entrar en la AAC de Luisiana. Las voces que le daban la bienvenida a la Caza ahora sonaban armoniosas.